De las novelas que he escrito...

 ... unas están publicadas, otras no... Hay una en concreto que no sé si lanzarla al estrellato. Es una narración larga y en la que suceden muchísimas cosas. Además tiene dos títulos, La aventura de las luces azules y Europa barroca, y no acabo de decidirme por uno. El primero podría ser el título y el segundo el subtítulo... o al revés. Está escrita hace años, de forma que también está corregida y recorregida, pero con estos libros largos sucede que nunca acabas de verla acabada. Siempre se puede dar una pincelada más, o muchas pinceladas...

 Asimismo tengo varias portadas, y aquí muestro una...


 

... aunque tengo otras en cartera.

 

Para ilustrar de qué va esta aventura coloco aquí algunas generalidades:

 Es una novela de acción, y como su nombre dice, de aventura.

 Tiene lugar en el curso del siglo XXI.

 Los personajes principales son tres: una mujer, un cachalote y un hombre (y también aparecen los novios y novias de todos).

 Los lugares visitados se extienden sobre la superficie entera del planeta, las playas, las ciudades, los océanos, pero además figura en primer plano el fondo del mar, y no digamos los oscuros, solitarios y yermos espacios interplanetarios, en donde se desarrolla una tragicomedia sin igual.

 En el curso del relato se menciona una canción, la canción de la negra, como se la conoce en la superficie. Es esta.


Con lo anterior, que no es mucho, me parece que uno se puede hacer idea acerca de lo que encierra, y si alguien está interesado lo que tiene que hacer es seguir esta página, o esta otra. Desde cualquiera de ellas le llegarán noticias (por correo electrónico, para lo que hay que suscribirse) de lo que sucede, si se publica, si no...


 El estilo general de escritura es como el trozo que va a continuación:


    Si yo hubiera sabido que aquel era el día del Estropicio Original no me hubiera levantado de la cama, hubiera puesto alguna excusa, no, hoy no estoy bien, tengo los oídos tapados, no estoy para bajar a ningún lado, y hubieran enviado a alguien, a Camilla, a Terry, pero ni me sucedía nada ni tenía idea de lo que iba a ocurrir. La verdad es que todos estamos sujetos a imprevistos e imponderables, a los vaivenes de la vida y los continuos y desbocados caprichos de la inexorable termodinámica.
    Había una mar espantosa. Abajo no se nota, pero en la superficie las olas eran de quince metros. Las Harpías, las hijas de Taumante y la oceánida Electra, las diosas y personificación de tempestades y huracanes habían roto sus cadenas y toda su furia estaba cayendo sobre aquel trozo de océano, vientos del primer cuadrante a ciento setenta kilómetros por hora. Nuestra plataforma estaba sumergida en una ingente nube de agua pulverizada que no permitía ver nada, y durante la noche el viento había tirado una grúa. No la había tirado del todo, pero la había sacado de sus soportes y estaba a punto de caerse. Es difícil luchar contra los elementos. Uno de los barcos que había adosados a la plataforma había roto sus elásticas amarras y se había quedado al garete, y los helicópteros no podían hacer nada, ni salir del hangar. Estábamos todos recluidos en las tripas de aquel aparato gigantesco, la plataforma, esperando a que la tempestad amainara, cuando alguien en la central, no allí, claro, sino en la central, a más de dos mil millas al oeste, recordó que bajo el agua estas cosas no se notan, y que, por lo tanto, no había impedimento para que los subs hicieran lo que tenían que hacer, bajar a las profundidades y seguir revolviendo en el fondo, en los manantiales y sus alrededores. Bueno, nosotros éramos asalariados, y la verdad es que en cuanto bajas cuarenta metros te da igual lo que suceda en la superficie. Yo estaba en plena forma y me apetecía mucho darme una vuelta en un módulo tres. Los módulos tres eran completamente autónomos, tenían hasta mantenedor de vida, y pocas veces se podía manejar uno de ellos, y como había una terrible tormenta, estaba en cierto sentido justificado sacarlo a pasear. Aquellos aparatos eran nuevos y revolucionarios, y mi situación, para que se entienda, era la de un piloto de carreras a quien dicen que salga a darse una vuelta en un vehículo sin estrenar, en uno que nunca ha conducido nadie; el piloto va encantado, sobre todo si es campeón del mundo, y yo era campeona del mundo. Puede que no lo fuera, pero en aquella época me encontraba sumamente optimista.
    Hice unos cuantos preparativos, porque cuando una se sumerge tiene que realizar ciertas tareas ineludiblemente, entre ellas la prueba de Hastings, la prueba del nueve la llamaban, es por si las embolias y yo creo que estaba un poco anticuada, pero las normas son las normas. Los ingenieros, además, estaban bastante inquietos y no cesaban de hacerme recomendaciones. Vaya idea, sacar uno de estos aparatos con el día que hace, ¿no podrán esperar a que acabe la tormenta? Supermán era uno de los ingenieros, y lo llamaban así porque tenía las dos piernas protésicas a causa de un accidente. Las piernas, sin embargo, le funcionaban tan bien que un día que hubo una pelea en el bar grande, una pelea con llaves inglesas, dejó a dos tipos patas arribas; uno se llamaba Wilson y el otro se llamaba Nelson. Los dos tipos eran sólo ingenieros informáticos, y ya se sabe que estos no son muy sólidos; como están todo el día sentados, se les queda el culo blando. A uno lo tiró por encima de una barandilla, se cayó un piso, y como cayó de cabeza, sólo se rompió el cuello; vamos, tampoco se lo rompió del todo, pero si llega a caer de culo se revienta. Los médicos los dejaron, no los separaron porque querían saber si los biónicos resultaban bastante duros de pelar y aquella era una buena prueba, y al final echaron a los dos informáticos. De informáticos había cola para trabajar en un sitio como aquel, en donde pagaban tan bien, y se los reemplazaba fácilmente. Tener allí a un proteizado, por el contrario, era un lujo. Personas con prótesis hay muchas, pero que quieran trabajar no tantas porque a la mayoría les paga el systema una pensión y se dedican a labores normales, a trabajar en huertas o de cocineros, o también se hacen astrofísicos aficionados. Bueno, con una prótesis se pueden ejercer muchas profesiones, hay hasta en el ejército y la policía, aunque no en unidades de choque. Supermán era de los pocos que estaban en un sitio como aquel, en un sitio de acción, y los jefes estaban muy orgullosos y le tenían muy considerado. Era listo y se hacía querer, aunque con mujeres no se enrollaba porque decía que le daba la risa. Una vez se fue de putas, y la que le atendió le dijo que tenía el miembro más duro que las piernas, a lo mejor era verdad, pinta tenía, pero yo no probé nunca porque a mí también me daba la risa. Camilla y Diana siempre estaban discutiendo cual de las dos se lo iba a llevar antes al catre, pero que yo sepa no se decidió ninguna. Supermán siempre decía, como esto se hunda, las piernas me van a arrastrar al reino de Neptuno; mejor, allí puede que ligue con una sirena de cola de besugo, no creo que a ella le asusten mis piernas metálicas, y además, ya lo dice la canción.

Cuando un pirata se muere
se va a fornicar
con una sirena al fondo del mar.


    Bromas aparte, la cuestión fue que al cabo de un rato ya estaba sentada frente a la pantalla principal. El módulo tres era un aparato gigantesco. Tenía un cuarto de mando que parecía el de una nave espacial para el espacio profundo, cuarto de baño y tres cubículos con literas. Aquello era como conducir un autobús. Los subs que solía usar eran como carricoches eléctricos de los que se usan para ir a la compra en las ciudades, pero aquello era más bien como un autobús. Tú te sentabas allí, frente a los mandos, en un sillón aerodinámico como el de los aviones que suben hasta la exosfera, y te entretenías apretando botones, todo eran botones, tenía tantos botones que parecía la cocina de un hotel, [...]


(y etc., etc., etc., que lo demás no lo pongo porque es muy largo.)



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