Fundamentos de historia de España
A muy grandes rasgos, se puede dividir en tres partes la historia
del último millón de años en la península ibérica. De ellas, la primera, de la
que no sabemos prácticamente nada, dura 988.000 años, es decir, casi todo este
tiempo. La segunda, que iría desde el 10000 a.C al 1000 a.C., constaría de
9.000 años, larguísimo período, y por último, la tercera, de la que conocemos
bastantes cosas, dura los últimos 3.000 años, desde el 1000 a.C. hasta la
actualidad.
Tomando esto como criterio podríamos hablar de El principio,
primera parte. Los pobladores sedentarios, es decir, el período en el
que las personas, por imperativo de la agricultura y la ganadería, se asientan
en el territorio (antes fueron errantes), época en que se ponen las bases de la
sociedad que conocemos, y los últimos 3.000 años, cuando se desarrolla
la sociedad hasta llegar al momento que vivimos.
Esta última parte se puede dividir a su vez en siete etapas, que
son: La llegada de los pueblos de oriente; Las primeras invasiones
(las de cartagineses y romanos); La época visigoda; La época
musulmana; La España cristiana; La edad de oro y La España
moderna.
La cronología, más o menos aproximada, de los últimos 3.000 años
es la siguiente:
Los pueblos de Oriente; 1000 a 500
a.C. = 500 años
Cartagineses y romanos; 500
a.C. a 400 = 900
Época visigoda; 400 a 700 = 300
Época musulmana; 700 a 1000 = 300
España cristiana; 1000 a 1500 = 500
Edad de oro; 1500 a 1700 = 200
España moderna; 1700 a 2000 = 300
Por tantas y tantas edades ha pasado este trozo de tierra que
conocemos como península ibérica, y quien escribe, que es aficionado a
estas cosas, las ha tomado como motivos para unas cuantas novelas que se
detallan muy por encima.
Dios conmigo sucede en la Edad Media y cuenta lo siguiente:
Un personaje ficticio –Ramón el calatravo– narra su
existencia entera, que se cumplió a caballo de los siglos XII y XIII. Aprendiz
de cantero, agricultor, herrero, siervo, soldado, señor de la guerra y
constructor de catedrales góticas, desde el cenobio que habitó en las postrimerías
de su vida rememora los lances que el albur le llevó a contemplar, entre los
que descuellan la batalla de Alarcos y la de La Nava de la Losa, episodios que
han pasado a la historia con letras mayúsculas.
Bereberes, traficantes, castellanos, reyes, ángeles y demonios,
bailarinas y juglares, nobles y siervos, caballeros y labradores, gente de
armas y de letras, dromedarios, sabuesos, simios, alanos, mulos y corceles y
otros muchos animales que sería excesivo citar, componen la multitud que
poblaba el mundo que le tocó vivir como uno más de los eslabones de la
inagotable cadena de la humanidad, aquella que entre cerradas nieblas persigue
fantasmas para concluir con las célebres palabras que dicen, ¡vanidad de
vanidades...!, todo es vanidad.
Ojos azules es un compendio de episodios diversos que llevan desde la prehistoria hasta los tiempos actuales. Sus sucesivos protagonistas son descendientes unos de otros y tienen rasgos en común, como los ojos azules… En este libro aparecen los cazadores de las llanuras, los sumerios, fenicios, romanos y bárbaros de que nos habla la historia…, y todos ellos narrando su particular peripecia. Surgen las aldeas neolíticas, las ciudades antiguas, los oscuros bosques de la edad de las tinieblas (el mediœvo), los dieciochescos salones de la Venecia de Vivaldi… y los tiempos modernos. Y a guisa de ejemplo, este es el final de uno de los capítulos, que tiene como escenario la segunda cruzada:
Todos me
miraron con interés, pues el comadreo era la ocupación más usual en el círculo
en que me movía.
–Pues señores,
ello es que me llaman el elefante... –e hice una marcada pausa–, lo cual
se debe a que el alfil del ajedrez, personaje que siempre está al lado de los reyes,
simboliza al elefante, ese animal que, incluso hoy, aún se utiliza en algunos
ejércitos.
–¿No lo sabían
ustedes? –inquirí triunfante de la curiosidad despertada, y tras contemplar los
rostros de quienes me rodeaban, proseguí.
–Pero también
a que en semejante juego –y allí entorné los ojos y bajé la voz– esta figura
siempre se mueve en diagonal, es decir, torcidamente... –e hice hincapié en la
palabra, porque el vocablo me satisfacía en lo más hondo y me reafirmaba en
ciertos indicios que al vuelo había pescado acerca del aprecio que tan altas
personas me profesaban, pues no me cabía duda de que aquellos torcidos
manejos resultaban para ellos de suma utilidad.
–Pero aún hay
algo más –continué ante el interés que leía en las caras–. ¿Saben ustedes cómo
se me conoce también en ese eminente lugar que ocupan los poderosos?
El silencio se
hizo en el grupo.
–¡Terrorista!
–dije sin que un solo viso de temblor asomara a mi ambigua voz–. ¿Quieren
creerlo...? Terrorista... Ese es el enigmático apelativo que las personas
encumbradas añaden incomprensiblemente a mi afecta persona. Y ahora, díganme
ustedes, señores míos que me escuchan: ¿sabe alguno de los que me rodean lo que
significa semejante vocablo?
…
A Isidora no
la he vuelto a ver, pues ya no me resulta necesario su concurso dado que mi
situación está firmemente asentada. A lo que le dejé, que lo bautice como Jesús,
pues con la voz de su nombre fue concebido. Ahora estoy ocupado con negocios
más altos, y pocas cuestiones me pueden distraer de ellos. Mi señora ha faltado
una vez más al respeto a su marido, el rey tonto, y allí soy necesario,
ineludible. ¿Qué será lo que los reyes y sus consejeros encuentran en mi encogida
persona? A veces se me figura desempeñar el desairado papel del santo Bernardo,
que quedó atrás debido a su mala salud, pero mis pretensiones no son tan altas.
Me maravilla pensarlo, y sólo se me ocurre una explicación: el rey es de
madera, una con esmero labrada pieza del complicado juego que se dilucida en el
entramado universal. No así la reina, esa avispada jovencita aquitana que, como
su homónima, recorre las líneas sin que nadie pueda ponerle coto y presume de
las gracias de que Dios la dotó ante cualquier galán que le salga al paso.
¡Ave María, gratia plena,
Dóminus técum...!
Acta est fabula, o dicho en
cristiano: la comedia ha concluido.
Y por último, he aquí El viaje del morisco, del que, entre otras cosas, se dice lo siguiente:
Juan Rui de
Velasco, antes llamado Abenasar, es un personaje del 1600 gaditano. Traficante,
contrabandista, músico, fabricante de salmueras, coleccionista de arte..., sus
actividades se extienden por las orillas de ambas Indias, las orientales y las
occidentales. Con el apoyo de influyentes personajes entra en el negocio de los
transportes terrestres, que entonces comenzaban de la mano de una familia judía
favorecida por el rey, los Taxis, y de esta forma, para reconocer el terreno,
se embarca en un viaje que le lleva a recorrer la península ibérica de sur a
norte.
Juan Rui de
Velasco tomó largas notas durante su transcurso, y de esta forma dejó escrito:
–Gótica Tierra
de Campos, enorme y casi desértica extensión de la que anteriores y muy vagas
noticias tenía, ahora te conozco, cuando nos acoges entre tus serpenteantes
choperas y riachuelos, tus innumerables y escondidas aldeas y tus mil y mil
colinas..., que complacido nos has y nuestras gratitudes nunca serán suficientes...
... y tras este
preámbulo narraré el principal episodio, espiritual y recóndito suceso, que
aconteció durante los días que digo.
En la
amurallada población de Astudillo, mediado el mes de julio del año del Señor de
MDCI.
Es de
noche, y en las profundidades de una posada polvorienta, a la luz de un candil
de aceite perfumado enarbolo la pluma y anoto lo que sigue:
En esta tierra de mieses y nubes blancas, en la que un claro tiempo nos
acompaña, he descubierto el secreto mejor guardado.
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